4 de setembre del 2009

NOTES BERLINESES (XVIII)



"Si hoy vuelvo la vista a Berlín, escribe Michael, no veo más que un fondo azul y negro y sobre él una mancha gris, un dibujo a pizarrín, cifras y letras confusas, una ß, una zeta, una uve en forma de pájaro, todo embadurnado y borrado con el trapo de la pizarra. Es posible que este punto ciego también sea una imagen persistente del paisaje en ruinas por el que anduve en 1947, cuando regresé por vez primera a mi ciudad natal para buscar las huellas del tiempo que había perdido. Durante un par de días erré en un estado cercano al sonambulismo por las interminables arterias principales de Charlottenburg, pasando junto a fachadas que sin otro apoyo se mantenían en pie, cortafuegos y campos de escombros, hasta que, sin darme cuenta, una tarde me volví a encontrar delante de aquella casa de alquiler, en la Lietzenburger Straße, que se había librado de la destrucción – lo que para mí era algo absurdo –, donde habíamos tenido nuestro piso. [...] Sólo era necesario un instante de máxima concentración, la composición silábica de la palabra clave oculta en el enigma, y todo volvería a ser como antes. Sin embargo, no di con esa palabra ni me decidí a subir las escaleras y llamar a la puerta de nuestra casa. En lugar de aquello abandoné el edificio con una sensación de malestar en la boca del estómago, y sin rumbo y sin poder concebir el pensamiento más simple continué caminando todo recto hasta dejar atrás el Westkreuz o la Hallesches Tor o el Tiergarten, ya no lo sé; lo que sí sé todavía es que al final llegué a un solar vacío, y que allí, en largas hileras dispuestas con exactitud, se apilaban a capas los ladrillos rescatados de las ruinas. [...] Cuando ahora evoco aquel lugar de almacenamiento, no veo ningún ser humano, sólo ladrillos, millones de ellos, un orden de ladrillos en cierto modo perfecto, hasta el horizonte, y, por encima, el cielo de noviembre berlinés, del que de inmediato caerá girando la nieve; imagen de principios de invierno mortalmente silenciosa, de la que a veces me pregunto si no tiene su origen en una alucinación, especialmente cuando del vacío que excede toda capacidad imaginativa creo percibir los últimos compases de la obertura de El cazador furtivo, y después, sin cesar, durante días y durante semanas, el arañar de la aguja de un gramófono."

W.G. SEBALD 'Die Ringe des Saturn' (1995)


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